Un centavo por reproducción ¿Están exigiendo demasiado los artistas?

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La década de los 90 sigue siendo el período de mayores ingresos para la industria discográfica, reportando un récord de $14.5 mil millones en los EEUU, entre todos los formatos existentes para la fecha, de los cuales el mítico CD era el Rey. Para 2020, aún no se han vuelto a ver números iguales: las cifras de la RIAA indican que los ingresos por música grabada alcanzaron un poco más de $12 mil millones entre todos los formatos, de los cuales ahora el rey es el streaming.

Y el streaming, así como la más amplia democratización del mercado musical que ha resultado de las nuevas tecnologías, ha dado origen a dos cambios fundamentales: se ha pasado del consumo tangible de música al consumo a través del acceso. Y a su vez se ha incrementado exponencialmente el número de artistas que publican música. 

Durante el más reciente evento de Spotify “Stream On” el pasado mes de Febrero, Daniel Ek indicó con orgullo que diariamente la plataforma estaba recibiendo 60.000 nuevas canciones. Music Business Worldwide calcula que para finales de 2021 la plataforma alojará más de 90 millones de tracks (wow), y que es lógico asumir que existen como mínimo 7 millones de artistas actualmente con música disponible dentro del servicio. 

Siete millones de artistas. Siete millones que, en su mayoría, aspiran vivir de su arte, ganarse la vida gracias a su música. Sin embargo, el hecho de haber escrito, interpretado, grabado y publicado una canción o un álbum, no significa que ganaremos dinero. O que lo merecemos.

Imaginemos el mundo de las artes visuales. Un artista invierte en materiales, estudio, realiza varias obras y consigue que una galería de arte decida invertir también en organizar una exhibición de su arte. Si no vende ni un solo cuadro, ¿a quién puede reclamar? ¿Debería existir una ley que le proteja? Existen subvenciones, mecenas, entre otras figuras que invierten en el arte. Pero si el arte no conecta con el público objetivo y no vende, ¿entonces qué? ¿Es una injusticia?

Es un tema que en lo personal me propone diversas interrogantes, incitadas por un artículo publicado recientemente en Digital Music News:

Un ex-ejecutivo de Spotify se refirió a los artistas como ‘malcriados’ por exigir que las plataformas de streaming pagasen 1 centavo por cada reproducción a los artistas, para que pudiesen tener un ingreso digno por su trabajo.

La artista independiente Ashley Jana hizo pública una grabación hecha durante la SyncSummit New York en 2019, en la cual le pregunta al ex-ejecutivo de Spotify, Jim Anderson, a quien se le atribuye haber inventado la arquitectura de la plataforma, ¿por qué Spotify no paga más por reproducción?

Anderson procede a explicar que el propósito de Spotify al momento de su invención no era el de pagar a los artistas, sino el de resolver el problema de la distribución de música, en un momento en que la industria discográfica se encontraba seriamente afectada por la piratería digital. 

Y es acertado afirmar que este propósito ha sido logrado con creces, y que el streaming es ahora el formato estándar para el consumo de música a nivel mundial. 

El problema surge cuando cada uno de estos 7 millones de artistas que han publicado música en Spotify exigen un pago justo por su trabajo. ¿Es realista? ¿Qué cantidad se considera un sueldo digno, cuando estos artistas viven en distintas ciudades alrededor del planeta, con costos de vida muy distintos?

¿Por qué los músicos se declaran con el derecho de exigir un pago justo, un sueldo que les permita vivir, cuando ningún otro tipo de artista tiene estos derechos, ni un ente específico a quién exigirle esos derechos? 

Jana respondió al ejecutivo diciendo que no es malcriadez exigir que les pague lo normal, diciéndole que cuando él era joven los músicos ganaban dinero vendiendo canciones en las que habían trabajado muy duro por mucho tiempo, y que ahora los músicos estaban ofreciendo esas canciones gratis.

Pero esto no es cierto. En la época de Anderson, los únicos artistas que podían ganar dinero vendiendo su música eran aquellos que lograban pasar el filtro de un A&R de una discográfica, que lograban que les fichasen y que el disco que grabasen tuviese éxito. Sin este proceso, un artista podría haber escrito y trabajado años en música que nunca hubiese llegado a los oídos del público ni ganado un centavo. 

Sin embargo ahora, cualquiera tiene esa oportunidad. Cualquier artista puede subir su música a Spotify, a YouTube o a SoundCloud. Es un mercado brutal, nadie lo niega, y tampoco se niega el hecho de que el sistema de pago de regalías actual deja mucho que desear, pero al igual que en el ejemplo del artista plástico que no vendió un cuadro, no es una injusticia que su música no le genere dinero, solo por el hecho de estar en Spotify. 

Sin duda el hecho de que Spotify sea una empresa tecnológica con una valoración de $67 mil millones, lograda sobre las bases de un contenido en el que son otros quienes han invertido inspiración, dedicación, dinero y esfuerzo, es una distorsión del mercado en el que nos encontramos hoy en día.

Spotify es un gran producto que ha resuelto el problema que se propuso resolver: la distribución de música. Si su propósito no es pagar a los artistas, ¿quién sería el responsable ahora de esta tarea?