¿Vale la pena ser fan en esta época?

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Recientemente, cientos de miles de fanáticos de Taylor Swift en el Reino Unido, Irlanda y Europa han estado tratando desesperadamente de conseguir boletos para la gira Eras, que comienza en París en mayo de 2024.

Cuando los boletos para las fechas de América del Norte salieron a la venta el año pasado, fue un desastre: la demanda fue tan alta que los sistemas colapsaron, la venta tuvo que ser detenida y los precios de los boletos se dispararon fuera de control debido a la «fijación dinámica de precios» de Ticketmaster, donde los costos aumentan según la demanda. Claramente, el equipo de Swift y Ticketmaster han trabajado arduamente para tratar de evitar que lo mismo ocurra aquí, pero ha implicado una burocracia mareante: códigos de preventa, listas de espera y boletos especiales para la venta general.

Los fans discuten estrategias, asegurándonse de tener tarjetas de crédito y registros para cada posible fecha a la que pudiesen asistir, aunque no hubo ninguna indicación previa de cuánto costarían los boletos. Al abrirse la preventa, los lugares se asignaban al azar, de entre cientos de miles de personas esperando en la cola.

El pánico aumentó cuando empezaron a aparecer paquetes VIP: £350 por un asiento más o menos decente más el beneficio adicional de algunos artículos absolutamente insignificantes, como un boleto de recuerdo del concierto y una cinta para el cuello.

Los fans se preguntan si deberían comprar entradas VIP por un poco más, con tal de asegurarse estar adentro, aunque esto signifique gastarse la mitad del alquiler mensual. «Esto me está haciendo odiarla» se ha dicho en más de una ocasión, refiriéndose a la mujer que desean ver desesperadamente porque adoran su música.

Los espectáculos en vivo son complejos y suponen desafíos logísticos, requiriendo el trabajo de cientos de personas, todas las cuales necesitan ser remuneradas. Se debería pagar un precio justo por la música en vivo, pero el sistema actual de venta de boletos para los conciertos más grandes está lejos de ser justo.

Cobrar más por boletos con ubicaciones exclusivas, ya sea el paquete «Ready for It» de Swift o la experiencia VIP Diamond en los recientes conciertos de British Summer Time en Hyde Park, no solo es elitista, sino que alimenta la idea de que si eres un verdadero fan, pagarás más.

No tiene por qué ser así; algunos artistas, como Tom Grennan, Ed Sheeran y The Cure, han respondido a la crisis del costo de vida insistiendo en un límite para los precios de los boletos. Sin embargo, para los jóvenes, muchos conciertos están fuera de su alcance y requieren pasar todo el día frente a una computadora durante dos semanas potencialmente infructuosas tratando de comprarlos en las complicadas y escalonadas oportunidades de venta. La demanda intensificada y la sensación de pánico en torno a la gira Eras ha convertido a los boletos en un símbolo de estatus por sí solos.

Esta agotadora lucha parece ser solo una parte de lo que a menudo es una experiencia miserable para los fanáticos de la música pop en la actualidad. El fandom obsesivo ha sido parte integral del pop desde sus inicios, pero los efectos de las redes lo han intensificado. Ahora, el fandom de artistas individuales ha reemplazado al viejo tribalismo en torno al género, y aunque existen comunidades de apoyo tentativas, los fanáticos a menudo compiten entre sí para demostrar que son los más dignos del amor de su ídolo.

Por supuesto que los músicos capitalizan esta devoción con lanzamientos de mercancía, accesorios durante los conciertos, como las varitas luminosas que adoran los artistas de K-pop, y álbumes reeditados, ya sea para celebrar aniversarios espurios o, en el caso de Swift, reclamar la propiedad de trabajos antiguos.

Los fanáticos comparten y hacen memes de sus ídolos interminablemente, manteniéndolos en la conciencia cultural y reclutando nuevos fanáticos para la causa, además de gastar a veces grandes sumas de dinero en ellos. En la práctica, los fans hacen la gran mayoría de la promoción y el marketing para Taylor Swift sin ser compensados, de hecho, todo lo contrario.

Estas carreras frenéticas por obtener boletos deja a los fans abrumados y manipulados, no solo por el agotador proceso de conseguir boletos, sino también por las disputas internas entre grupos de fans y la sensación de que la música pasa a un segundo plano en comparación con el propio fandom.

Por supuesto, hay cosas mucho peores que tener que hacer cola en línea para comprar boletos de Taylor Swift; la alta demanda es inevitable para una estrella de su calibre y la recompensa de verla en vivo sin duda se verá realzada al superar toda esta complicación. Pero la música pop debería ser la parte divertida de la vida, no añadir más al stress cotidiano.